domingo, 12 de julio de 2009

REFLEXIONES EN TORNO A FRANCIS ALYS

Francis Alÿs. Iconografía de la identidad. 
La ciudad y sus anécdotas, sus habitantes y sus visitantes, la vida diaria: ambulantes, crimen, barrenderos, turistas, en fin, los pulsos vitales de la urbe y su cuestionamiento, son los elementos con que Francis Alÿs genera su obra. Él documenta hechos anecdóticos de su habitar y transitar por las ciudades, donde por lo general tan solo es necesario registrar lo que ya está ahí, hacerlo evidente; otras veces opta por el performance, y sin embargo el procedimiento es el mismo, el recorrido del espacio urbano y su relación de transeúnte con éste. Su obra por lo general va acompañada por el registro de su proceso de creación, casi siempre apuntes mitad dibujo, mitad cuento, u otras veces mapas o fotografías. De hecho, la mayoría de sus trabajos se presentan como una suma de documentos, experiencias, paseos, notas; las partes del proceso más que como una obra terminada, y esto tiene su razón de ser. A Alÿs no le interesa intervenir, eso lo ve como una tentación de control que no desea, no quiere provocar los resultados, únicamente registra desde la distancia para testificar su relevancia como un simple habitante. 
Para Francis Alÿs la polis es su laboratorio y la política su instrumento, y no podía ser de otra forma. No es un activista ni tampoco partidista y sin embargo el hablar de la ciudad es necesariamente hablar de lo político, y al tomar cómo campo de experimentación la ciudad, su campo de trabajo será político. Su obra en ese sentido aparece cómo subversiva, cuestionando las diferentes dimensiones de la ciudad y marcando la distinción entre los diferentes grupos de la misma, los espacios urbanos y los espacios ocupados y compartidos por grupos sociales tan distintos como distintos son los espacios. Su arma es la ironía y su discurso quiere encontrar al individuo cómo individuo que recupera su espacio; contradice al discurso del Estado que busca una sola identidad para una sola sociedad. Contrasta también una iconografía del poder, regulada por el mismo poder, con la iconografía urbana-cotidiana latente, donde se puede ver tanto el que duerme sobre las aceras cómo los comercios ilegales (ambulantes) envueltos de carteles de campañas políticas. En su interacción con el campo urbano, logra tejer narraciones propositivas que ofrecen una respuesta alterna al control social, el humor de la ironía con carácter crítico, más no radical. Lo que si podría lograr es desestabilizar un modelo de pensamiento rígido que no concebía redefinir sus premisas y discursos. 
Lo anterior siempre se hace evidente con las imágenes que Alÿs trabaja, que al apropiárselas, resignifica. Cuando hablo de iconografía del poder me refiero a lo que Susan Back-Morss denomina como “narrativas oficiales” o mundo-imagen globalizado. 

En el mundo-imagen globalizado, los que tienen el poder producen un código narrativo. El cerrado ajuste entre imagen y código dentro de la burbuja narrativa engendra el autismo colectivo de las noticias televisivas. Los significados no se negocian; se imponen. Conocemos el significado de un evento antes de verlo. No podemos ver más allá de esta limitada forma . 

Sin embargo, el que estemos incluidos en esta “burbuja” que es el mundo-imagen, no significa que debamos aceptar como estáticas e inmutables las narrativas oficiales, ni tampoco quiere decir que debamos renegarlas definitivamente, rechazarlas por completo para poder llegar a “La realidad”. Lo cierto que es existen infinitas posibilidades de realidad y de verdad, que no se tienen que reducir a “lo uno o lo otro”, es necesario reconocer y explorar las posibilidades. ¿Qué es lo que pasa cuando Francis Alÿs busca activar un nuevo sentido, contestatario si se quiere, a estas narrativas del poder? La reflexión de Back-Morss en este sentido me parece atinada:

Escapar de la burbuja no significa hacerlo hacia la <>, sino a otro reino de la imagen. La promiscuidad de la imagen permite fugas. Las imágenes transitan fuera de la burbuja, en un campo estético no contenido por la narración oficial del poder. […] El mundo imagen es la superficie de la globalización. En nuestro mundo compartido. […] El objetivo no es alcanzar lo que está bajo la superficie de la imagen, sino ampliarla, enriquecerla, darle definición, tiempo. En este punto emerge una nueva cultura .

Nos podría parecer más claro ahora que Alÿs, más que tomar una postura radical en contra de “lo establecido”, quiere (o por lo menos logra) hacer evidente las posibilidades fuera de un imaginario oficial, con obras que sin ser revolucionarias (en el sentido de revelarse), con cierto humor e ironía se desprenden de lo correcto en una acción política, reduciéndose la intención estética simplemente al “desprender”, al dislocar un modelo que pretende rigidez. Es por ello que en muchas de sus obras no busca intervenir el entorno, simplemente registra imágenes que resultan sociales en tanto son familiares para la mayoría, para desvelar una opción alterna y crítica. 




Identidad Ciudad. 
¿Qué es la identidad de una ciudad?, ¿puede una ciudad tener identidad propia?, ¿qué es la ciudad? Todas estas preguntas sólo pueden tener sentido (y respuesta) si se involucra al habitante. Sin la gente la existencia de las ciudades no tienen ningún sentido y dejan de ser ciudades para convertirse en ruinas, en recuerdos de sociedades extintas. Entonces, si tenemos esto en cuenta, la identidad de las ciudades tiene que ver directamente con la identidad de quienes la habitan, y así podríamos hablar de un grupo definido por el espacio que ocupan. Ahora, el espacio ocupado en sociedad es controlado y administrado por un grupo de poder, el Estado, que regula y reprime lo que no es aceptado por éste grupo, lo que queda fuera de la ley; entonces, la identidad de la ciudad es también necesariamente política y restringida. 
Por ello, para Alÿs, una parte fundamental de su trabajo es la anécdota. La anécdota resulta ser una parte indispensable de la identidad en tanto forma parte del imaginario cultural, y si notamos su carácter cambiante, plural y nunca estable, resulta que participa en este imaginario de forma más noble (o por lo menos honesta) que la imagen fija y sus pretensiones de inmortalidad. El ejemplo clásico tiene que ser el teléfono descompuesto (en donde el mensaje original, transmitido de una persona a otra, pierde su sentido cuando llega a una última persona que recibe un mensaje distinto al que comenzó), y es que con la anécdota aceptamos una realidad con diferentes perspectivas, no la Única perspectiva oficial que tanto rechaza el artista, sino una verdad que antes pudo ser otra. Es por ello que muchas sus intervenciones urbanas, sus performances y acciones, tienen que ver con lo anecdótico, con lo que es contado, y adoptado por cualquiera que escuche. Al transmitirse de este modo, la obra termina por no pertenecer a nadie, y de esta forma Alÿs logra salirse de las restricciones del Estado o cualquier grupo de poder. Los chismosos jamás pensaron que pudieran tener tanto poder. 
Lo anecdótico en las obras de Alÿs se activan a partir de sus caminatas, con sus recorridos de la urbe y las diversas posibilidades que se encuentran latentes en los espacios transitados. La percepción de un entorno cambia cuando una acción, extraordinaria y reveladora en cierto sentido, activa nuevos entendimientos de lo cotidiano que en su trascendencia, aunque sea para un ciudadano cualquiera, se convierte en anécdota de un paseo por la ciudad, un mito urbano que se reafirma como una posibilidad distinta. Como afirma Cuauhtémoc Medina, las caminatas del artista buscan:

Repensar a la ciudad a contracorriente de la ambición de poder y homogeneidad de las ideologías del modernismo. Cada uno de los mitos urbanos en forma de acciones que Alÿs ha compuesto es, de una u otra forma un alegato por la heterogeneidad, una reevaluación de lo que solemos denominar “informalidad”, y el ofrecimiento de una estética surgida desde el punto de vista del parásito cívico . 

Así tenemos obras como Colector (1990-1992), en donde el artista construyo un perrito de juguete magnetizado, que por jalado por una correa iba transitando por la calle recogiendo toda clase de desperdicios que le formaban una segunda piel al “juguete”. Así, retirando objetos rechazados por la población, inútiles o inservibles, se construía su obra de la misma forma que el pepenador recolecta basura o que los perros callejeros aprovechan desperdicios. Ahora el espacio de circulación servia de escenario artístico, laboratorio de investigación, lugar de recolección y espacio de juego. 
Una de las imágenes establecidas desde el poder es la del turista, ese “otro” diferente a nosotros por tener diferente identidad nacional a la nuestra, que viene al país para generarnos ingresos y satisfacer su curiosidad cultural, pero sobre todo para generarnos ingresos. De hecho, las políticas culturales solicitan al visitante extranjero con grandes campañas de promoción turística, que llegan a costar millones, para que vengan a cumplir con su “función” de gastar en industrias nacionales y de observar lo mexicano. El mismo mexicano ve al turista como un sujeto muy distinto, para algunos hasta fascinante, o por lo menos raro. Es por ello que resulta sorprendente la obra de Alÿs Turista (Catedral Metropolitana 1994). Fuera de la Catedral de México, en el lateral izquierdo, fuera de las rejas que limitan a la construcción, es costumbre que se instalen contra la reja plomeros, albañiles, pintores, eléctricos carpinteros o yeseros con un letrero que informa sobre su oficio para ofrecer sus servicios, sentándose (o de pie) durante horas esperando que alguien llegue a solicitarlos. De la misma forma Francis Alÿs se instala junto con ellos, vestido de Dockers beige, camisa blanca, americana verde militar y unas gafas oscuras (como se podría reconocer a un turista), y con un letrero en el que se leía: “TURISTA”, como si llegara a ofrecer sus servicios como “profesional del turismo”, esperando que alguien llegue a solicitarlo. ¿Qué es lo que busca con esta acción? Sin duda alguna se puede considerar como una anécdota que en propios y extraños se hizo notar y se platico a terceros que no estuvieron presentes, pero al final e cuentas lo que hace Alas, como en otras obras, es problematizar sobre conceptos predefinidos y aparentemente estables (en su concepción) que construyen la identidad de las ciudades. Una ciudad sin turismo es una ciudad que no vale la pena visitar, o una ciudad pobre culturalmente hablando, o en cuyos habitantes no aceptan extranjeros ni turismo nacional. ¿Pero hasta qué punto eso es definitivo?

Al final de cuentas, la identidad de una ciudad, sea como sea que se haya definido, y como queda claro en el análisis de la obra de Francis Alÿs, se entiende como una construcción oficial, con intereses políticos muchas de las veces, pero jamás definitiva. Muchas identidad conviven juntas en un solo espacio, y al transitarlas exploras diferentes definiciones muchas de ellas contradictorias, mas sin embargo siempre se busca una identidad totalitaria y abarcadora que sólo es posible defender si se dejan de lado diferencias fundamentales y cambiantes del mismo episteme humano. Aceptar que una ciudad corresponde a una sola identidad es negar la heterogeneidad humana. Y por el contrario aceptar coincidencias y establecer acuerdos sociales sobre las definiciones de los conceptos (acción que creo necesaria), pero siempre tomando en cuenta que nunca van a ser definitivos ni estables, me parece el paso que nos podría acercar a una “verdadera” libertad. 

YISHAI JUSIDMAN EN EL MAM 2009



















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